Con la aparición
del environment (ambiente o
instalación) se percibe un cambio paradigmático en la manera de realizar y
comprender las producciones artísticas, pues hasta ese momento la noción de espacio
es entendida como un contenedor en el que localiza todo lo tangible. Tal como
lo explica Kant, el espacio es una condición inevitable para imponerle
significados al mundo externo, por lo que resulta imposible imaginar objetos
sin espacio, al mismo tiempo que es habitual pensar en el espacio vacío. Bajo
esta consideración, el arte objetual (pintura, escultura, ready made) es una manifestación cultural condicionada por técnicas,
materiales u objetos, que ocupa infinitos lugares en los que rara vez se da
importancia a los contextos donde fueron creados, pero en los cuales se
tergiversan las derivaciones semánticas que acuñaron su valor social.
Este cambio
paradigmático también ofrece una comprensión alterna de la afectación que
tienen las dinámicas económicas y de mercado sobre el arte, pues las
vanguardias artísticas, con intenciones de ruptura y de trasgresión social, fueron
desvirtuadas cuando la plusvalía comercial logra transfigurarlas en objetos suntuarios
y de prestigio, es decir, mientras los artistas de las vanguardias apelaban a
una libertad total, el mercado se encargó de convertirlos en estandartes que
aumentan el reputación social de sus compradores. De tal suerte, el environment proclama una emancipación
del mercado en la medida en que al coleccionista le resulta imposible adquirirlo,
debido a su naturaleza efímera.
En esta
disrupción intencionada, la idea de espacio comienza a encontrar matizaciones
simbólicas. Un ejemplo de esto es lo analizado por Javier Maderuelo en su texto
El espacio
raptado, donde el emplazamiento de
la obra tridimensional se desplaza a terrenos donde confronta a la arquitectura
y el espacio público. Desde entonces, la ocupación de espacio se transmutar en
lugar semántico y en adelante toda creación artística in situ debe tener en cuenta las variables simbólicas del lugar para
aspira a una valoración transemiótica
(Acha).
En tal sentido,
con el protagonismo de los infinitos significados del espacio-lugar en el
proceso de creación artística, se amplían las posibilidades del arte para incidir
en la sociedad donde es producido, porque recoge deliberaciones colectivas en
las que cualquiera puede participar en mayor o menor proporción. Además, por el
alto grado de participación que tiene la semántica del espacio-lugar en el
arte, los artistas lo usan de manera discrecional, como algo manipulable y
mutable, como algo que admite transformación.
Esa nueva función del espacio-lugar
en el arte, implica una nueva relación entre el espectador y las manifestaciones
artísticas, debido a que las personas ya no experimentan la realidad a través
de los objetos que las rodean, sino que interpretan la relación que surge entre
ellos, esto es, los significados que el espacio-lugar puede aportar. Así, se
clarifica la intencionalidad del hombre frente al lugar, porque otorga a los
artistas posibilidades de convertirlo en un soporte que les permite proponer
sus nuevas visiones.
En consecuencia, el artista
interesado en esta diversificación del arte ya no se interesa en producir
objetos nuevos para la contemplación, ni mucho menos dar cuenta de virtuosismos
técnicos, sino que por el contrario se arriesga a ofrecer al espectador la
posibilidad que desarrolle su propia relación, porque la distancia contemplativa
desaparece para dar paso a un arte habitable
dinamizador de la consciencia. De esta manera los artistas del arte en el
espacio intentan condicionar, programar, guiar comportamientos, porque siendo
el espectador un habitante de la obra no le queda otra opción que establecer
relación con los objetos que la componen.
Con la intencionalidad con la que
el hombre actúa en el lugar, aparece una nueva forma de vivenciarlo, porque en
éste transcurren comportamientos cercanos al orden de lo ritual, creándose
metáforas de encuentro en las que los intereses no van en una sola vía, sino
que más bien es flujo que en algunos casos se complementa y en otros choca. Por
ello, el lugar adquiere el matiz de escenario,
espacio crucial para la interacción colectiva. De aquí se desprende, que el lugar-escenario reivindica el acto
simbólico del encuentro, porque las producciones artísticas que en él se sitúan
modifican la noción de obra-objeto
por la de escenificación-sujeto.
En el mundo contemporáneo, donde todo tiene relación con todo, el arte
absorbe y reconfigura una maraña de los detalles, que sólo adquieren
importancia si hay una apropiación activa por parte del espectador. Proceso
idóneo para la reanimación del capital simbólico de la sociedad.
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